MENTIR POR CONSTUMBRE

 

Existen personas que tiene la mentira por costumbre, de hecho, casi por estadística todos conocemos a una. No suelen reconocer que tienen este hábito ya que está condenado socialmente, pero lo cierto es que lo han perfeccionado con mucha práctica. Además, internamente entienden que la mentira puede ser un recurso, igual de válido que otros, cuando no daña a nadie si no es descubierta.

 

Quizás a nosotros ya no nos engañen, porque les conocemos desde hace tiempo pero sí que tienen habilidad para engañar a las personas que acaban de conocer o con las que se encuentran de manera circunstancial. Saben que cuantos menos detalles den mejor, saben esconder el rostro para que no les delate y saben que una de sus principales aliadas es la ambigüedad.

Por otro lado, parece que quienes se acostumbran a mezclar la realidad con la fantasía, terminan difuminado en su mente realmente los límites que las diferencian. Se acostumbran a tratar a las dos por igual, ya que en su vida habita tanto una como otra.

 

De mentira piadosa a mentira compulsiva

Desde que somos pequeños nos han dicho que si mentimos “nos crecerá la nariz como a Pinocho” y que es un pecado muy grande no decir la verdad. No es extraño que cuando crecemos, abracemos la teoría de que una pequeña mentira “no le hace daño a nadie” y y que vayamos poco a poco y sutilmente cambiando nuestra definición de verdad.

En esta evolución, hay personas que llegan a sobrepasar los límites que podíamos considerar “normales” y se convierten en mentirosos sin control. Entonces, muchas preguntas aparecen: ¿lo hacen a propósito?, ¿se dan cuenta de sus dichos falaces?, ¿están al tanto del daño que producen en los demás? Lamentablemente, en la mayoría de los casos no. Y lo peor de todo es que si intentamos ayudarles, nos rechazarán o harán su mentira aún más grande.

 

Mentiras patológicas, del cine a la vida real

 

No hay demasiados estudios científicos que puedan explicar las razones por las cuales una persona padece mitomanía*. Sus escenificaciones en la gran pantalla son muchas y, por ejemplo en Taxi Driver, Robert de Niro interpreta a un joven taxista que le escribe una carta a sus padres diciendo que en realidad trabaja en un proyecto secreto para el Gobierno y que está comprometido con una chica.

Una historia que no fue ficción sino real, es la de Tania Head (cuyo verdadero nombre es Alicia Esteve) una joven nacida en Barcelona que relató que el 11 de septiembre de 2001 estaba en el piso 78 de la torre Sur de World Trade Center, justo en el momento de la explosión.

Ella mostró las supuestas heridas sufridas en el atentado e incluso narró los hechos con lujo de detalles. En el 2007, el periódico The New York Times reveló que se trataba de un fraude y más tarde la Cadena Cuatro de España emitió un documental al respecto, llamado “11-S, me lo inventé todo”. Todavía no se pudo determinar qué motivos llevaron a esta chica a mentir: algunos dicen que para hacerse famosa, otros porque la mentira para ella no difiere demasiado de la verdad.

Cómo saber si alguien miente patológicamente?

Más allá de los casos escenificados en la gran pantalla o que descubren los medios de comunicación, lo cierto es que podemos estar frente a un mitómano* sin darnos cuenta. ¿Cómo podemos detectar a alguien que nos miente “descaradamente”? Quizás al principio sea algo difícil y necesitemos de un dato extraño o que no encaje en la historia para dejar de creer en sus palabras.

Es bueno saber que un mentiroso patológico no tiene control sobre lo que dice y tampoco sobre los efectos que sus falacias causan en los otros. Las mentiras son generalizadas, desproporcionadas, persistentes y la mayor parte de ellas, espontáneas y poco meditadas.

Por ejemplo, podemos identificar a alguien padece este trastorno si cambia sus historias continuamente, se desdice de algo que expresó en el pasado o exagera mucho sus relatos (como en el caso del taxista – agente secreto de la CIA). A su vez, es probable que tenga una versión más espectacular de los hechos pasados, viva en una realidad paralela y no sea capaz de responder a las contradicciones exponiendo como motivo fallos en su memoria.

 

¿Por qué debemos cuidarnos de una mentira patológica? Básicamente porque está basada en la falta de control por parte de quien la dice. Un mitómano* puede tener problemas o anomalías cerebrales y del sistema nervioso central. Esta no sería una “excusa” para permitir que siga mintiendo, pero sí para tener en cuenta cuando nos topamos con una historia fantástica o errónea.

Sobre todas las cosas, tendríamos que prestar atención a los mentirosos que no tienen en cuenta al otro, que lo consideran al igual que a la mentira, un medio más para alcanzar sus propósitos. Esos son más peligrosos que los mitómanos*. ¿La razón? ¡Son completamente conscientes de lo que dicen! Sus mentiras les ayudan a enriquecerse, a ascender y a pisar a los demás.

Las mentiras no son buenas en ningún caso. Los que padecen mitomanía* no están “perdonados” por su trastorno pero sí merecen nuestra ayuda: invitarlos a que consulten con un especialista y motivarles a que sigan un tratamiento adecuado.

 

*Mitomanía: tendencia o inclinación patológica a fabular o transformar la realidad al explicar o narrar un hecho

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